Riquelme nos dejó ateos

Hoy se cumple el segundo aniversario del retiro del máximo ídolo de Boca Juniors. A 731 días de la decisión más dolorosa de Román.

Pasó dos años y el fútbol se puso más feo. Su ausencia agravó las enormes diferencias que existen entre la cantera explotada de Sudamérica y esa conglomeración de multinacionales que es la UEFA. Ya es imposible conmoverse en estas tierras ver a un futbolista que tenga abundancia talento. Riquelme eligió terminar su carrera, perdiendo la apuesta con su hermano de que seguiría hasta los 40. Perdió él, pero terminamos perdimos todos.

Se terminó la carrera del jugador que debutó y se despidió bajo una ovación de La Bombonera. El caño sin tocar la pelota fue la última obra maestra que regaló aquel que siempre aparecía en las difíciles sin tener que tirar fuegos artificiales. El que poniendo toda su valentía para pisar – y pensar  – con la pelota como elemento para ayudar a su equipo… A la mitad más uno. Sí, el que no perdía con River y ganaba finales. Ése que sentía cada minuto de juego al ritmo del vals Xeneize.

El capricho – ¿U orden? – de un paracaidista hambriento de poder privó al pueblo Bostero de fundirse con él en un abrazo de palmas para acompañarlo en el cierre de su carrera. Exiliado, se despidió con una sonrisa teñida de tristeza al conseguir el ascenso con el que le devolvió gentilezas al club que lo formó, pero lejos del patio de su casa.

Ahora no hay quién trate a la pelota con cariño. El fútbol perdió mitología, belleza, sentimiento, identidad y magia. A los que crecimos viéndolo, Riquelme nos dejó huérfanos de ídolos. Nos dejó ateos.