A catorce años de una celebración de Juan Román Riquelme que revolucionó el «mundo Boca» y que luego fue imitada hasta el hartazgo en todo el planeta.
La procesión va por dentro en Román. Él se va corriendo mientras les pide a sus compañeros que no lo interrumpan en su carrera hasta los palcos. Ahí, desafiante, se frenó de golpe y puso sus manos detrás de sus orejas para escuchar una ovación y para que lo observe Mauricio Macri desde el palco. Hace 14 años, Riquelme la volvía a romper en un Superclásico y dejaba en claro ante todos sus hinchas que había algo que estaba mal.
«¿El festejo? No fue nada, es para mi hija Florencia que le encanta el Topo Gigio», Riquelme con su picardía habitual dejaba que el gesto sea su verdad y no las palabras ante los micrófonos. Fue una denuncia, una queja y una forma de exponer sus sentimientos ante una dirigencia que lo ninguneaba aún siendo la figura de un equipo que ya había ganado todo y que iba por más.
En la actualidad su celebración sigue vigente y es un arma que tienen los futbolistas para enfrentarse a los poderosos, los desmemoriados y los mentirosos. Además de su fútbol, Román ha dejado en su gran carrera un legado simbólico que vulnera el paso del tiempo.
