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Editorial

Cuando Boca terminó con la guerra de las Malvinas

Un pequeño relato sobre una historia que logró detener el tiempo y poner las diferencias de lado.

Martyn Clarke llegó en 1999 a Boca Juniors y tuvo el honor de entrenar por un instante con el equipo bicampeón de Carlos Bianchi. Se probó, actuó en Reserva y hasta usó el teléfono de Diego Armando Maradona para llamar a su padre. Era un chico cuyo sueño generó una revolución, ya que fue el primer malvinense en intentar jugar en la Argentina.

Esteban Cichello era argentino, pero usó su pasaporte europeo (de Italia) y logró llegar a las Islas Malvinas. Ahí se fijó en un delantero que le llamó la atención, y logró lo imposible: que se fuera a probar en el equipo más grande de América. A partir de ahí, se generó una revolución, ya que el recibimiento de los fanáticos del Xeneize no pudo ser mejor: le pidieron autógrafos y lo trataron con mucho cariño. «Todos los días sueño con jugar en La Bombonera. Sería genial ver a toda la gente gritando un gol mío», soñaba Clarke en medio del boom.

Fuera de las luces, la polémica también fue parte de esta historia. Por un lado estaba lo futbolístico, ya que Clarke no estuvo a la altura, a causa de la falta de entrenamiento de nivel desde su etapa formativa. Boca terminó cediéndolo a El Porvenir, club con el que en esa época tenía un acuerdo para hacer las veces de filial. Pero, al no tener suerte, también sumó un breve paso fallido por Defensores de Belgrano. Por si fuera poco, desde su lugar natal, ahí en el archipiélago, Patrick Watts, el técnico de su selección, apuntaba contra él y su madre: «Martyn no era el mejor y sólo viajó por un ejercicio de propaganda orquestado por ella».

En la Argentina, los medios no dejaron pasar la oportunidad y le realizaron entrevistas junto a excombatientes de Malvinas. Y, si bien Clarke siempre tuvo un mensaje que buscaba unir, tampoco parecía en su ideología querer que las islas volvieran a pertenecer a la Argentina. Él, que solo tenía dos años cuando se desató la guerra, explicó su filosofía sobre lo que le representaba llegar a Boca: «Que alguien de las Malvinas quiera usar los colores de Boca, es una buena manera de mostrarles a los ingleses que hay comunicación entre las islas y el continente. El deporte puede abrir los ojos de la gente».

Por su parte, mientras que la madre de Martyn atendía un pub, su padre había sido parte de la Marina Real: «Él sí estuvo en la guerra, pero yo vivía en Plymouth. Ahora su hogar está en Prince Town y es oficial de la prisión de Dartmoor. Hace dos años que no lo veo. Aquella vez fui a Inglaterra y me quedé dos meses con él. Igual, sé que está contento con mi llegada a Boca». En esa línea de diálogo con La Nación, Clarke mostraba cómo, pese a la formación militar, uno de sus familiares más cercanos podía romper la barrera para acercarse.

El paso del tiempo hizo que Clarke mirara con cierto odio aquella experiencia. En las Islas Malvinas, los suyos lo catalogaron como un traidor e incluso le dedicaron una película llamada Jugando para el enemigo. Sobre eso, Martyn se desahogó en una entrevista con la BBC: «La gente me trató como si yo no fuera nada, pero nunca me lo dirán a la cara. Algunas de las personas de allá tienen una mente muy estrecha. Ellos no quieren dejarlo ir; sin embargo, algunos de estos tipos ni siquiera nacieron cuando la guerra estaba en curso».

En ese momento de su vida, en el que por un instante quedó afuera de los dos mundos, Martyn también criticó a Boca y a Esteban Cichellola persona que lo llevó al club: «Creo que fui utilizado, pero probablemente no por los otros dos equipos (El Porvenir y Defensores). Pero también fue una buena experiencia porque mejoré como jugador. Sabía que nunca fui lo suficientemente bueno para jugar ahí, pero entrenar en ese calor intenso y con ese tipo de entrenamiento realmente me ayudó a desarrollarme».

Con el tiempo las heridas se fueron cerrando. Él continuó su carrera en los Estados Unidos y en Inglaterra, y logró, de a poco, volver a ser parte de la selección de las Islas Malvinas, donde jugó hasta hace algunos pocos años. Hoy, a sus 38, se encuentra casado, viviendo en su ciudad y trabajando en una empresa constructora que él formó. El deporte que lo apasiona parece ser el golf: quedó lejos su vida de futbolista.

Las secuelas del enfrentamiento con Inglaterra siguen abiertas: aún se respiran la tensión política y el llanto de los que perdieron a sus seres queridos en combate. Martyn Clarke no parecía ser el jugador idóneo para vestir la azul y oro, pero, al menos en ese entonces, a través de la pelota, Boca logró demostrar que las diferencias podían achicarse, que el diálogo podía ser otro, y, aunque sea por un instante, se detuvo la guerra.

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