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Editorial

El pibe de oro

Apenas superada la mayoría de edad, un joven Román bailó al Real Madrid frente al mundo.

Un 28 de noviembre de 2000, hace exactamente 17 años, un Boca Juniors dirigido por Carlos Bianchi vencía al poderoso Real Madrid -club que fue elegido el mejor del siglo XX- y miraba a todos desde la cima del mundo. El Estadio Nacional de Tokio, en Japón, fue el escenario de otra epopeya para la historia xeneize y de la consagración de un pibe de 22 años que pintaba para crack desde su primera vez en La Bombonera.

Los de azul y oro ya se imponían por 1-0 gracias al gol de Martín Palermo, cuando, a los 6′ de aquella final por la Copa Intercontinental, Juan Román Riquelme recibió un quite del Pepe Basualdo y, con apenas un golpe de vista, lanzó un pase largo desde atrás de mitad de cancha. La pelota hizo la parábola perfecta y le cayó al Loco donde debía caerle para que él aumentara la diferencia en un tiempo inimaginado para cualquier optimista.

Esa noche, ante los ojos de 10.000 bosteros esperanzados, de muchos más españoles y de otros tantos japoneses, el pibe nacido en Don Torcuato deslumbró a los presentes y a los millones de fanáticos del fútbol que miraban el partido trascendental por la televisión en todo el mundo. El Balón de Oro indicaba que el dueño de las miradas debía ser el portugués Luis Figo, el inminente premiado, pero un atrevido le quitó el protagonismo.

El 10 de Boca pisó la pelota de acá para allá durante los largos 90′ que duró el encuentro. La amasó y la protegió como nunca más lo volvió a hacer. Su víctima predilecta fue el francés Claude Makélélé, a quien sacó a pasear reiteradas veces, obligándolo a cometerle falta para frenar sus gambetas. En este preciso momento, un papá boquense debe estar mostrándole videos de aquellas pinceladas a su desafortunado hijo que no puedo vivirlo.

Por si fuera poco, cuando el árbitro marcó el final y el Xeneize se consagró campeón del mundo, Román se cruzó con dos situaciones en un mismo momento. Su padre le había pedido la camiseta de Figo, a quien ya tenía apalabrado, pero se le acercó el Virrey a saludarlo emocionado. Con las prioridades bien marcadas, no dudó en estrechar primero un abrazo con su papá adoptivo. Más tarde, sí intercambió la remera, que voló a la Argentina como había prometido.

Hasta ese partido consagratorio, Riquelme había jugado 158 partidos con la camiseta azul y oro, marcado 30 goles y asistido numerosa cantidad de veces. Además de haber conseguido el Apertura 1998 y el Clausura 1999 -días más tarde repetiría el Clausura-, ya había ganado el Mundial sub 20 de 1997 con la Argentina y la Copa Libertadores 2000 con el Xeneize siendo el eje futbolístico de ambos equipos.

Esa actuación estelar lo hizo emigrar al Barcelona un año después, pero llamativamente no lo depositó en la lista para jugar el Mundial 2002 por una, hasta ahora polémica, decisión del seleccionador Marcelo Bielsa. Más allá de esas, la consecuencia principal fue ganarse un lugar en el podio más alto de la historia de Boca Juniors, ese que le arrebató al mismísimo Diego Armando Maradona. El pibe de oro, con tan sólo 22 años, se consagró para siempre.

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