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Editorial

Ídolo

Un relato sincero sobre el dolor por la partida de un jugador que representa mucho más que un número, un título o un momento. El fin de una era y el nacimiento de un mito.

Mi primer recuerdo totalmente consciente de Boca es el de estar en un taxi con mi vieja y escuchar por la radio los goles de Batitusta. Pero el día en el que realmente descubrí esa enfermedad que significa ser Bostero fue cuando sufrí de impotencia viendo el arbitraje de Castrilli en aquel 1-5 contra Vélez cuando Maradona, Mac Allister y Navarro Montoya se fueron expulsados.

Tengo que reconocer que no fue fácil mi infancia en el primario; eran épocas en las que usar una camiseta de Boca significaba ser el centro de las cargadas de los hinchas de River que vivían su momento más dulce. Yo era un pibe y sostenía el amor por mi club con todo orgullo. Celebraba con Del Piero, pero siempre me preguntaba si alguna vez iba a poder vivir todo eso que los otros me refregaban en la cara.

El 10 de  noviembre de 1996 todo cambió. Un pibe con rulitos, piernas flacas, algunas pecas y el número 8 en la espalda, se paró en el centro de  la Bombonera para enfrentar a Unión y nos deslumbró a todos. Los que de alguna forma vimos el partido nos dimos cuenta de que estábamos ante un jugador que era diferente.

Siempre fue nuestro, porque era uno de nosotros jugando adentro de la cancha para defendernos con la pelota. Pero su fútbol era el de todos, ese que representanta a aquellos que nacieron en estas tierras tan fértiles de talento. Por eso su actuación en Malasia 97 es un recuerdo que siempre me saca una sonrisa. Y por esto es que me es inevitable pensar en unas vacaciones con mi viejo y mi tío en el que yo les discutía que este pibe iba a hacer mucho más que su amigo y rival llamado Pablo Aimar.

Ese mismo año fue mi viaje de egresados del primario. Volvía en un micro de Córdoba y discutía con un compañero muy Gallina sobre la diferencia entre nuestras pasiones. Él me hablaba de Astrada, Berti, Ortega, Francescoli; yo le decía que había un chico en Boca que iba a ser mejor que todos ellos. Incluso que superaría a los dos Diegos, a Latorre y Maradona.

Cuando llegó Bianchi todo se ordenó. Córdoba se transformó en el arquero imbatible. Bermúdez en el Patrón. Serna en el ladrón de guantes blancos. Samuel en el Muro. Ibarra y Arruabarrena nos enseñaron la importancia de los laterales. Cagna era el capitán ejemplar. Basualdo la voz de la experiencia. Barros Schelotto el ilusionista de la cadera y Palermo el optimista del gol. Todos son y fueron gigantes, pero él era nuestra ilusión.

La primera vez que lo pude ver en cancha fue en el Apertura 98 cuando Boca goleó a Platense por 3-0 en La Bombonera. Ese día me regaló una actuación sensacional escondiendo la pelota de mil piernas que cerró con una definición exquisita por sobre el arquero para que me explote la garganta.

Gocé con su caño a Yepes, ese que tuve que escuchar por radio y ver en diferido por la tele. Recé junto a él en los penales contra Cruz Azul y lo acompañé en las lágrimas cuando perdimos con el Bayern Munich. Cuando se fue a España una parte de mi viajó con él, haciendo que siga muy de cerca su paso por el Barcelona y el Villarreal. Admito que nunca viví un Mundial  con tanta intensidad como con el suyo, el de Alemania 2006. En el medio hubo un pequeño reencuentro, cuando se abrazó a nosotros para celebrar con el Chelo Delgado el gol al Santos en la Libertadores 2003. Pero el gran día fue cuando volvió siendo joven, estando pleno y dejando atrás propuestas de jerarquía económica y deportiva. Regresó y con su vuelta nos hizo conquistar América otra vez.

Mi vida está atravesada por su fútbol, crecí observándolo jugar. Como en la vida, no todo fue alegría; sufrí la injusticia, la falta de respeto y la mentira a su lado. También operaciones de prensa, traiciones,  destrato y desprecio.  Estas fueron algunas de las situaciones a las que él se enfrentó durante mucho tiempo con mucha valentía. Pero  llegó un día en el que algo se quebró; cuando un grupo de empresarios decidieron dejarlo libre, echándolo de su casa.

Juan Román Riquelme es el nombre mi ídolo. Él me enseñó a disfrutar del fútbol  y a romper con ese mito de que a los Bosteros sólo nos importa trabar con la cabeza. Fue el que llevó a mi Boca a conseguir todos esos títulos con los que soñaba de pibe. Durante 17 años seguidos se transformó en mi esperanza; ya que con verlo en la cancha con la “10” yo creía que todo era posible. Hace un par de días que el dolor me abruma, porque sé que se aleja de nosotros y porque no podremos despedirlo en el patio de su casa, en nuestro Boca. El cierre de esta nota es simple y lleva una sola palabra que para mí representa mucho: ¡GRACIAS!

5 Comments

5 Comments

  1. Martín Gonzalez

    19 julio, 2014 at 14:13

    Genio! Por suerte hay muchos hinchas de verdad todavía, con memoria y agradecidos al mejor jugador de la historia del club. Que no se dejan engañar por un par de periodistas mediocres y dirigentes delincuentes que merecen lo peor del mundo..y se los deseo de corazón, empezando por el gordo mafioso de Angelici.

    Eternamente serás nuestro D10S Román. GRACIAS por taaaaaaaaaaaaaaantas alegrías!!

  2. kiya

    19 julio, 2014 at 14:45

    Espectacular

  3. cristina sikos

    19 julio, 2014 at 17:11

    Doy fe ,que esta nota se escribio con el corazon en la mano,y solo asi se puede hablar del que nos dio todo y no pidio nada,
    Los Gracias no pueden cubrir las heridas que el CABJ ,le hizo al IDOLO Maximo,al mejor Bostero el que se tuvo q ir por la puerta de atras de su casa y si Boca era su casa puedo afirmar ROMAN ES BOCA,por lo tanto adios Diario Xeneize ,la historia q sigue no me intersa mas.

  4. Anibal

    19 julio, 2014 at 18:36

    Emocionante genio, le pido a dios que me despierte de este sueño que es una pesadilla no lo puedo creer todavia y muy identificado con lo que decis x que es lo mismo que siento yo x roman y gracias romi x todo sos y seras mi unico y eterno idolo daria mi vida x volver a verte con la de boca graciaaaaaaaaaasssss!!!

  5. maría a caracassis

    19 julio, 2014 at 20:42

    Y terminé leyendo tus palabras con lágrimas en los ojos. Tu vivencia es lo que sentieron mis hijos mientras crecían, faltando innumerables veces al colegio para evitar cargadas hasta que apreció el diez y Boca se hizo invencible, y acompañó nuestro diario vivir en los peores momentos. Román es parte de la vida de mi familia.

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