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Boca- Selección

Una ilusión que termina en tristeza

La Selección argentina perdió la final ante Alemania por 1-0, con gol de Götze a los 112 minutos. El desahogo de un hincha argentino apesadumbrado por la derrota.

Son las ocho menos cinco de la noche y comienzo a escribir estas líneas aún con lágrimas en los ojos. Lo escribo ahora, mientras la emoción del momento sigue presente. Miro mi camiseta celeste y blanca, empapada por el llanto que desató el gol de Götze, la beso y no puedo contener nuevas lágrimas causadas por el hecho de haber estado ahí, tan cerca, a un pasito. A cinco minutos, a ocho, a diez, a un pase a la red que no pudo ser.

Yo, como tantos millones de argentinos lo habrán hecho, me senté en el sillón del living de mi casa temprano. Esperaba ansioso, mordiendo cada milímetro de cada uña, que llegara lo que deseaba que fuera una fiesta. Una fiesta albiceleste, una fiesta para todo el pueblo argentino.

Comienza a rodar la pelota, y tomo una postura que mantengo durante los 120 minutos de partido. Me aferro al almohadón que tengo cerca y lo aprieto contra mi pecho. Yo no sé si ese almohadón podrá ser utilizado de nuevo luego de las mordeduras que sufrió hoy con cada ataque alemán o cada chance argentina desperdiciada.

Corren los minutos y comienzo a aislarme. Ni siquiera recuerdo que sentados junto a mi estaban algunos amigos, mi hermano, mis padres y mi abuelo. No. El asunto era mío con el televisor. Yo insultaba a los jugadores, o más bien lo puteaba a él, a ese aparato negro que me permitía ver lo que estaba sucediendo a miles de kilómetros de distancia.

Los músculos de mi cuerpo se tensionan. Todos y cada uno de ellos se contraen, y presiono con más fuerza el almohadón contra mi pecho. Hasta que llega la primer chance argentina: un mal despeje de un defensor alemán deja mano a mano a Higuaín frente al inmenso Neuer. Me posesiono, me pongo de pie esperando el gol y…

Hago un paréntesis porque creo que lo que viene a continuación les resultará familiar. Seguramente vos, que seguís leyendo este texto, sentiste lo mismo que sentí yo y cada uno de los argentinos en ese momento.

…Afuera. Increíblemente el disparo de Higuaín sale desviado y Argentina pierde la chance de ponerse 1-0 arriba. No recuerdo con mucha precisión lo que pasó acá, pero sí recuerdo que golpeé la pared con el pobre almohadón que de nada tenía la culpa, y la madre del 9 del Nápoli ligó unos cuantos improperios.

Tomo nuevamente mi lugar en el sillón y vuelvo a adoptar la postura que tenía antes de la jugada. Almohadón al pecho y a morderlo. Así continúe sin pronunciar palabra hasta que llega la revancha del delantero. Centro de Lavezzi y gol de Higuaín. Me pareció ver fuera de juego pero ante la duda, festejemos. Me abrazo con un amigo, gritando y llorando de la alegría, y veo la imagen del 9 protestando. Luego, la bandera en alto del juez de línea que marcaba los ataques argentinos. Me desplomo sobre la mesita del living y tiro unas cosas que hay arriba. ¿Un celular, un control remoto, un teléfono? No tengo ni idea. No me interesa. Sólo sufro viendo la repetición de la jugada que podría haber sido la apertura del marcador.

Los minutos pasan y llega el descanso. Reviso el celular y tengo 327 mensajes de WhatsApp. No puedo creer cómo joden por los grupos siendo que se está jugando la final del mundo. Los equipos vuelven a la cancha y rápidamente me decepciona la salida de Lavezzi, quien estaba movilizándose muy bien, volviendo loco a Höwedes.

De aquí en adelante es un sufrimiento constante. Desde el penal no cobrado a Higuaín hasta la última oportunidad alemana. Cinco o seis mordeduras por minuto al almohadón, algunas puteadas ante alguna pelota perdida o una chance malograda, pero nada más que eso.

Finalizan los 90 minutos en cero, y me resigno, pensando en sufrir otros 30 más. Pero con la ilusión intacta, con ese sueño latente, con esas ganas de gritar ¡dale campeón!

Rápidamente llega una chance de Palacio. Me paro nuevamente, y la pelota se va por el costado. Se la quiso picar a Neuer, no tengo ni idea. Insulto, golpeo la pared y pateo el almohadón, que se desliza hasta parar en la otra punta del living. Internamente pienso «si no entró esa, no entra más».

Tomo otro almohadón que andaba por ahí y vuelvo a adoptar la postura. Al pecho y a morderlo. Pasan diez minutos más luego de esa ocasión y todo continuaba igualado sin goles. Los equipos cambian de lado y a esperar los quince minutos finales.

Yo esperaba… nosotros esperábamos, todos esperábamos. Esperábamos que apareciera Messi, que el genio frotara la lámpara y en una de esas jugadas suyas, como con un guante ponga el 1-0 para desatar la locura y la alegría argentina. Esperaba… esperábamos. Con la ilusión intacta, con ganas de ver por primera vez en mi vida a mi Selección ganando una Copa del Mundo. Con ganas de ver a Lionel levantando el trofeo, con los ojos llenos de lágrimas, pero lágrimas de alegría y no de tristeza. Esperábamos…

Y llega una jugada que cambiará la historia. Un desconcierto, una desatención en el fondo argentino y se paga carísimo. Gol de Götze faltando ocho minutos para el final. La ilusión se desmoronaba. Agarro el almohadón (sí, ooootra vez el dichoso almohadón) y esta vez no lo presiono contra mi pecho. Me lo llevo a la cara y comienzo a llorar, a llorar sin parar. De los siguientes minutos no vi nada, sólo lloraba. Lo único que pude ver fue un cabezazo de Messi que salió alto y un tiro libre desperdiciado.

El partido había terminado. Ellos eran los campeones. ¿Merecidos? Tal vez sí, tal vez no. Pero eran los campeones. ¿La historia hubiera cambiado si hubiera entrado la de Higuaín, la de Palacio? ¿El final hubiera sido distinto si el árbitro italiano hubiera cobrado la falta de Neuer ante el 9? Probablemente. Pero nunca lo sabremos y nos quedamos con este gusto amargo. Salimos segundos pero hoy… hoy todos queríamos ganar. Y nuestra ilusión de ver a Messi levantando la Copa se cayó. Se cayó a ocho minutos del final. ¿Qué hubiera pasado si Demichelis no soltaba a Götze en esa jugada? ¿Qué podría haber pasado en los disparos desde el punto de penal? Jamás lo sabremos. Lo único que podemos hacer es ponernos tristes por haber estado a un paso de la gloria máxima y no haberla conseguido. Y llorar.

Y llorar por haber llegado tan lejos. Y llorar por haber estado tan cerca. Y llorar por las chances desperdiciadas. Y llorar porque estos tipos, estos rubios altos nos estaban destrozando el sueño. Y llorar porque estábamos ilusionados. Y llorar porque no apareció la zurda mágica de Messi. Y llorar por esa cuarta estrella que se suma al escudo alemán. Y llorar porque esa estrella podría haber sido nuestra tercera.

«¿Por qué llorás? Sólo es un partido de fútbol», dirán algunos. «Es un partido nada más», me dijo mi mamá. No. No es un simple partido de fútbol. Es muchísimo más que eso. El fútbol para la mayor parte de los argentinos, entre los que me incluyo orgullosamente, no es sólo un deporte. Es un estilo de vida. Un resultado de un partido puede hacernos felices o puede entristecernos por varios días, semanas. Y luego sí, se pasa. Pero cuando se pierde, la tristeza dura mucho. Muchísimo. Es una mancha en el corazón que está ahí, para siempre. Para toda la vida. Y más aún habiendo estado tan cerca de lograr el objetivo. Tan cerca de ser los campeones. Pero no. El fútbol tiene estas cosas. Una vez más, les toca festejar a ellos, que nos ganaron por tercera vez consecutiva en una Copa del Mundo. Y a nosotros, la tristeza, la decepción, la desilusión nos durarán por un buen tiempo.

Miro un poco la televisión que está frente a mí, y no puedo evitar seguir llorando ante las imagenes que pasan. Los alemanes levantando la copa que pudo ser nuestra. Voy a cerrar esto con lágrimas. En los ojos y en mi camiseta de la Selección que con orgullo llevo puesta. Porque hoy más que nunca estoy orgulloso de ser argentino, y orgulloso de esos 23 guerreros que nos representaron en Brasil. Ojo, el orgullo no quita la amargura con la que termino de escribir estas líneas. Miro el reloj, que marca las diez menos cinco. Hace dos horas que estoy sentado frente a la computadora tratando de plasmar en unas pocas palabras mi desconsuelo, mi amargura, mi tristeza, mi pena. Como quieran llamarlo.

Porque los teutones hoy ganaron. Y ellos están felices, pero mañana vuelven a su trabajo y para ellos ya pasó el Mundial. Lo mismo hubiera pasado si hoy perdían. Mañana con el primer café de la mañana ya se olvidan de esto. Pero para los argentinos no. Si Argentina ganaba, la fiesta duraría un mes. Si ganaba… pero perdió. Y para los argentinos, para mí y para vos, esta tristeza va a durar muchísimo.

2 Comments

2 Comments

  1. Leonel

    14 julio, 2014 at 03:17

    Muy buena nota! Con pura sinceridad, comparto lo mismo. Segui asi abrazo. Aguante boca!

  2. cristina sikos

    14 julio, 2014 at 15:05

    Los lectores de este Diario Xeneize ,lloramos por ROMAN,nuestro idolo maximo.
    Aparte era un final anunciado…

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